Hoy el primer día de octubre, el final, ya son
cincuenta y dos en los que la cama sigue vacía cubierta por el polvo en la
parte en que termina mi brazo izquierdo mientras repaso el techo. Esta
madrugada mientras dormía invado el ecuador del colchón, algo me perturba, no
me deja descansar, despierto y solo siento vacío. Señor llénalo de fuerzas.
Primer día del mes, ya son sesenta y uno desde
la última salida en la que celebré esta fecha, fue en un bar-restaurante al que
nunca había entrado, de plato unos nachos desabridos, algunas fotos en la
cámara que no se manejar, poca tolerancia en el ambiente, palabras incomodas
que en segundos se olvidaban. Luego de la cena por qué no bailar, un lugar
conocido donde se pasó un rato agradable aunque con una queja de moño por
detalle. Segundo viernes de la trilogía de una despedida, la noche joven y la
música anima. En el lugar el calor los poros abre y la salsa, el guateque, el
son entran vibrantes sobre la húmeda piel de los que estrechan poco a poco la
pista de baile. “Negra vente pa acá que ya no puedo más, toy muy lejos de ti y
tu en la Habana bailando pa poder olvidar, como quieres que no me consuma todo
el día fumando hachís si no me meto na de na, casi na en la nariz… y cómo
quieres que no te discuta tantas cosas de amor oye si de repente te digo vente
y tú no vienes, ¡Que no! ¡Que no! Vente, vente negra vente pa mi continente…”
vibra mi cuerpo con la canción, pelos de punta, una mujer entre mis brazos,
perfecta sensación, acaso no viene la plenitud llena de felicidad en
movimientos de dos caderas al danzar el ritmo que escuchas desde la cuna, que a
mi madre como droga le hace falta cada quincena. El mismo ritmo, parecido el
son, salsa cubana para matar la tensión de un trago de ron blanco con hielos y
limón, un subidón de ritmo con cada canción. La mirada de una mujer molesta,
hora de irme, casi una hora transcurrida de la madrugada del siguiente día,
vámonos para casa, acabo ya la función sin remate en el colchón.
Las primeras quince horas del mes de las brujas,
hace unas dos mil doscientos ocho era martes, no recuerdo nada en absoluto de
ese día, olvide aquella foto acordada para ese primero de cada mes como en
todos los anteriores, en algunos si la rutina lo permitía: una sonrisa en la
pantalla de un celular con destino a la carpeta digital de un aparato con
inteligencia artificial.
(¡Día de mierda! Una efímera felicidad de un
saludo, se marchó con tanta prisa, como si los dedos pesaran al escribir, como
si el sentimiento escaseara para redactar, como si importara una mierda mi
compañía. Se presentan oportunas las palabras que motivan este párrafo, no soy
opcional, no soy para cuando no haya nada más. Sentado frente a un escritorio,
15:21h, personas a mi alrededor, nadie sabe que me he roto, tampoco me hace
falta que se enteren, mas lastima de la que me siento no soporto. Olvidar no es
mi intención, dejar de amar sí mi elección. Cancelo reserva en el restaurante
trasportado de la imaginación a la realidad, un paraguas de techo, perfecto
para una ocasión tirada al trasto; por segunda vez pongo reversa el regalo que
en un cumpleaños quise dar, así en pasado porque la tercera no es la vencida,
porque nunca más quiero verla.)
Después del paréntesis continuo con la idea que
venía, hago la cuenta de los días hasta la fecha trascurridos de aquella
celebración, son doscientos setenta y tres exactos, en un lugar de clima frío,
mi familia paterna los anfitriones, el ambiente esperado: música decembrina,
trago, carne, risas, niños, viejos, burlas, un perro gigante, un sofá
abandonado. De la noche si quedaron fotos, también queda sobre la puerta de un
armario el detalle que regale de aniversario en el que faltaron las palabras
que hoy se desbordan de mis manos; quedó sobre el sofá abandonado la
celebración por un nuevo año: cinco minutos de un orgasmo, posición incómoda,
apura la prisa de una visita, revientan las ganas de mi pantalón. La emoción de
un año compartido, una fecha esperada confieso el primerito de los días no
imaginaba con esa compañía.
Penúltimo párrafo, se divisa cerca un final, son
demasiadas horas para escribir la cifra. Seiscientos seis ciclos de 12 horas de
noche y 12 de día, treinta los transcurridos desde el “sí quiero”, momento de
gozo y armonía, todo era un cuento y aunque era poco tiempo ya la mujer que me
acompañaba en mis fantasías de un futuro enmarcado en oro había sido mía, yo su
único hombre, no puedo seguir presumiendo esto. Un ser súper poderoso al ver su
mano tomar la mía, las ansias de la noche en una cama se desatan: su cuerpo
sobre el mío, sus senos saborea la inconciencia, nubes esencia de vainilla, su
piel como un durazno, delicadas y excitantes, un Big Bang entre mis piernas, la
sangre irriga hormonas, su cuerpo invita a que en él pierda toda fantasía, mi
boca no es suficiente para probar toda su existencia me decido por mi
preferida: su entrepierna; sumergido entre sus besos, las dos manos no me
alcanzan para contemplarla y sostener mi cuerpo, una hace doble esfuerzo, la
otra libre descontrolada agarra fuerte una nalga, mi cadera en dirección hacia
su vientre como llave a su cerrojo entra mi deseo para desatar sus miedos, para
culminar la entrega física, uno en el otro por siempre para siempre, por si lo
intentas olvidar.
636: día uno, hora cero, es el principio de este
relato entre tú y yo que hoy acaba, no lo voy a describir, la desilusión que me
acompaña no me da, seguro en un minuto podría despedirme o alguna reflexión
para dejar, un broche de oro a los sentimientos de ese día por escribir y las
culpas venideras sin perdonar, pero lo siento no mereces un segundo, ningún
esfuerzo más. Se titula el principio del final, tu principio: de una nueva vida
donde ya no voy a estar; mi final: para esta historia en la que no quiero
repetir un te quiero más. Nuestro primer día juntos, lo último para contar de
lo que quiera que haya sido esto que hoy llego al final.
Comentario
personal: si tienes dudas no me hagas ese mal, no me
busques porque ahora si te nombro en adelante solo será para dejarte atrás.
01 de octubre de 2014 – 16:52h
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