lunes, 6 de octubre de 2014

ALZHEIMER SELECTIVO

Primer rayo de luz sobre los ojos de un lunes en la mañana, siete nuevos ciclos de doce horas noche, doce horas día empieza. Las imágenes de un mal sueño paulatinamente desvanecen y los recuerdos de los sucesos más recientes irrumpen a poblar las sensaciones, la primera de dolor, este lunes es diferente, en varias semanas en que esta sensación de malestar ya no era espiritual, mi adolorido brazo trae a la memoria la actividad física desplegada la antenoche; dos segundos tardo en lo anterior, ahora interrumpe todo ella. Un sujeto de cuatro silabas, tres días desde nuestra enésima primera cita, dos corazones, un sentimiento: amor. Sonrisa a la nada, seguro si alguien me observa vería mi cara enternecida sutilmente atontada. La melancolía ya no es mi compañera de cama, este día me ha levantado la alegría con un beso en la frente, otro en la mejilla. De nuevo sonrío con la llegada de la nunca ausente melodía en mi cabeza:

-“Cuéntame el cuento del árbol dátil de los desiertos, de las mezquitas de tus abuelos. Dame los ritmos de las darbukas y los secretos que hay en los libros que yo no leo. Contamíname...”

Estoy hablando de ella; a esto he decidido llamarlo Alzheimer selectivo del corazón a la cabeza: dícese cuando ese musculo del tamaño de un puño bombea sangre cargada de besos, abrazos, de miradas. En mi caso para ser más exacto: de la fotografía a cuadro por cuadro de cada segundo del tiempo que pase a su lado, de ella bañada en ritmo y sabor, del calor de una canción de la que solo son testigos dos, de su frente en mi frente mientras bailamos, de sus manos agarrar mi cuello, de las mías recorrer su espalda, de dos cuerpos perdidos en un vaivén en perfecta sincronía al compás de un son cubano, ahora una canción de amor, libres de miradas, presos de la misma pasión; de esos vellos negros que protegen su delicada tez, la pestaña a punto de caer, de las pecas sobre su nariz extraña, de los tres lunares a la izquierda de su boca, la perfecta alineación en una misma dirección de esas depiladas cejas, su frente sin arrugas, sus ojos como estrellas que a lo lejos parpadean, el bulto ya sin agua en sus ojeras, de su mano en mi mano al atravesar las calles, su sonrisa que encandelilla la luz del parque, sus brazos sobre mi espalda, alrededor de mi cintura, su respiración cuando se exalta, el sabor de su humedecido cuello, de su atributo trasero sostenido con fuerza en una mano, de los dos centímetros que separaban sus labios de mis besos, de un pico largo a través de un cuadro, de su lengua al delinear mis labios y mis labios recordar sus piernas, de su voz callada cuando ama, del silencio mudo de su cuerpo en llamas, de su agitada emoción, de la realidad de esas dos noches, de las dudas para definir su lecho, de la ilusión del próximo encuentro, de la angustia de decir adiós; todo esto en mi cabeza no da espacio para nada, ¡no cabe más! Lo del pasado en el pasado, era todo como la primera vez, como si nunca sus labios hubiera rosado, su cuerpo apretado, como si en esa almohada con la que duermo abrazado nunca su aroma impregnado hubiera estado. La plenitud de su sonrisa venció a la melancolía de su ausencia. Me siento un hombre nuevo, veo más colores en el día, siento más aromas en el aire, nada me molesta, todo son tonterías.

Mi muza, ella, la misma protagonista del relato “Mi punto de vista”, solo que ya no soy “el simple Juan”, soy su Juan, su ladrón, su renovada alegría, soy por quien suspira, a quien no permitiría que partiera sin ella, sin su vida. Eso no es simpleza, es sencillamente todo, todo mi mundo sumergido en ella, mi esencia dueña de su existencia.

El corazón ha tomado su elección: con qué inundar a la razón. Qué se fue para olvidar, qué se queda para aprender, qué elige amar.

Comentario personal: solo preguntas: cómo olvide su hermosura, cómo desperdicie tanto tiempo sin besarla, cómo no me detuve a hurgar en su mirada, su sonrisa, en su voz. No existe un secreto para amar, siempre tiendo a lo sencillo complicar, a lo natural adornar, a lo puro opacar. Ella es eso, eso que amo sin nada más, así solita, la conocí sin nada: niña; pura y natural; solo es esencia; su sonrisa y un abrazo para regalar, y me enamoré. También la conocí completa: mujer; hermosa y esbelta; esencia, principios y experiencia; su empeño, su esfuerzo, su tiempo, su futuro, su cuerpo y su vida para regalar, y de nuevo me enamoré ¿Y ahora? Como la primera vez al verla, besarla, al tenerla, como la primera vez que lo hice en mi vida: me enamoré.


“Te conté mis planes y me respondiste. Ahora, enséñame tus decretos” Salmo 119-26

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